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Historia de la dinosauriología

Las bases actuales de la Paleontología, sus conceptos, métodos y cuerpo de conocimientos, proceden de comienzos del siglo XIX, pero ¿conoces la historia de la una de las más destacadas ramas dentro de ella? En este extracto del “Curso de Paleontología de dinosaurios” podrás descubrir cómo se fue desarrollando la dinosauriología.

A partir de ese momento el conocimiento humano comienza a acceder a información, cada vez más precisa, sobre el proceso que, durante millones de años, ha determinado la aparición y extinción de linajes de organismos a lo largo de la historia de la vida sobre el planeta. Esta información, que resulta relevante para la interpretación de la realidad actual, se procesa a través del análisis del conjunto de evidencias de los organismos del asado que, en distintos formatos, han llegado hasta nuestros días.

Evidentemente, la parte de este proceso que se dedica a los dinosaurios constituye únicamente una pequeña parte del esfuerzo que realiza la paleontología, pero, como se ha comentado, resulta especialmente interesante para el público general y constituyen un buen ejemplo del devenir general de la paleontología.

Se han sugerido distintas formas para clasificar los periodos de la historia de la dinosauriología atendiendo a distintos hitos que producen cambios en la concepción del grupo. Utilizaremos aquí una de las más generales, propuesta por el paleontólogo español José Luis Sanz que plantea el reconocimiento de seis periodos:

  • Dinosauriología mitológica o periodo Arcaico (hasta 1823)
  • Periodo Antiguo (entre 1824 y 1857)
  • Periodo Medio (entre 1858 y 1896)
  • Periodo Moderno previo a la II Guerra Mundial (entre 1897 y 1938)
  • Periodo Moderno posterior a la II Guerra Mundial (entre 1939 y 1974)
  • Renacimiento dinosauriano (desde 1975 a la actualidad)

Aunque no existen evidencias robustas de las interpretaciones mitológicas relacionadas directamente con dinosaurios, distintos autores se han referido a la interpretación de huellas de dinosaurios en diferentes culturas de en América del Norte, China, Portugal o España, como parte de relatos en los que son atribuidas a criaturas legendarias. Hay distintos ejemplos que apuntan a que sociedades acostumbradas a interpretar el entorno natural tuvieron que dar respuesta a la presencia de huellas de animales, en ocasiones gigantescos, que de forma difícil de explicar aparecían impresas en algunas rocas sin corresponder a ningún animal conocido en el entorno. Algunas de estas respuestas han llegado a nuestros días, como la atribución piadosa de las huellas de dinosaurios de Cabo Espichel, en la costa portuguesa, a las huellas de una mula cabalgada por la Virgen María, o la interpretación de las huellas de dinosaurios terópodos de algunos yacimientos en La Rioja, como producidas por el caballo del apóstol Santiago acudiendo en auxilio de las tropas cristinas en la fabulada Batalla de Clavijo.

No existe, tampoco, una evidencia directa de la relación de los restos fósiles de dinosaurios con el mito del dragón, aunque es más probable que algunos dragones se basen realmente en restos fósiles de mamíferos. Sin embargo, la folklorista norteamericana Adrienne Mayor ha propuesto una posible relación entre los fósiles de Protoceratops de los yacimientos de Asia Central y algunas bestias mitológicas. De hecho, Mayor propone que los abundante y bien preservados esqueletos de 

Protoceratops podrían haber sido interpretados por los pueblos escitas como animales que habrían dado origen a la figura mitológica del grifo. La morfología de esta criatura mitológica se habría transmitido hasta la Europa medieval a través de la tradición grecorromana y, desde ahí, habría alcanzado nuestros días como fauna de bestiario.

La historia documentada de la dinosauriología puede remontarse a 1677, cuando el naturalista británico Robert Plot incluyó en una lámina de su obra “Natural History of the Oxfordshire” una colección de objetos pétreos entre los que, claramente, se representa un resto de dinosaurio procedente del Jurásico Medio. Inicialmente, Plot atribuyó el resto a un animal de gran tamaño que creyó identificar como uno de los elefantes supuestamente utilizados por los ejércitos romanos en la invasión de Britania. Sin embargo, posteriormente, Plot cambió de opinión y tras confirmar que el resto óseo no presentaba semejanzas con los restos de elefantes, prefirió reinterpretarlo como perteneciente a uno de los patriarcas gigantescos citados en la Biblia.

Aunque el fósil no se ha preservado, a partir de la imagen publicada podría determinarse como la porción distal del fémur de un dinosaurio terópodo, que, atendiendo a su origen, podría tratarse de Megalosaurus. Como anécdota, años después Richard Brookes atribuyo al hueso la denominación Scrotum humanum, haciendo referencia a su semejanza con unos genitales masculinos. Probablemente con ánimo jocoso, hace algunos años, el geólogo William A.S. Sarjeant intentó recuperar esta denominación como la primera atribuida a un dinosaurio. Sin embargo, la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica encontró problemas técnicos para aceptar esa denominación que parecía haber caído en desuso (ver más adelante el apartado de Nomenclatura). La atribución de restos de dinosaurios a gigantes bíblicos no es exclusiva de la tradición británica. Pocos años después de la propuesta de Plot, Vicente Mares reconoce en su obra “La Fénix Troyana” (1681) la presencia de huesos de seres gigantescos en zonas, como Alpuente en Valencia, en las que se han encontrado abundantes restos de dinosaurios. La referencia no confirmable de Vicente Mares podría constituir la primera cita indirecta conocida de restos de dinosaurios en España.

El comienzo del periodo antiguo de la paleontología puede establecerse en el momento del reconocimiento formal del primer dinosaurio. Este se produce en 1824, cuando el geólogo de la Universidad de Oxford William Buckland describe los primeros restos del dinosaurio terópodo Megalosaurus. Un poco más tarde, en 1825, el médico inglés 

Gideon A. Mantell describe los primeros restos del dinosaurio ornitópodo Iguanodon. Aunque ahora sabemos que ambas descripciones hacen referencia a dinosaurios, en la concepción de la época son inicialmente tratados como lagartos gigantes. El primer investigador que fue consciente de la singularidad de los dinosaurios fue el británico Richard Owen, quién propuso en 1842 que los grandes lagartos descritos por Buckland y Mantell deberían pertenecer, junto a otros organismos, a un nuevo grupo de reptiles gigantes que denominó “Dinosauria”. Owen consideró que todos los dinosaurios conocidos en la época pertenecían a un único linaje de organismo. La interpretación de los dinosaurios como un grupo monofilético coincide con la visión actual del grupo pero, siguiendo la influyente propuesta de Harry G. Seeley, hasta pasada la mitad del siglo XX es común la consideración de que los dinosaurios están constituidos por, al menos, dos linajes con orígenes diferentes: los saurisquios y los ornitisquios.

Owen no compartía la visión de Buckland y Mantell de los dinosaurios como enormes lagartos y prefirió interpretarlos como animales terrestres erguidos, con extremidades verticales semejantes a las de los mamíferos. Además de concluir que los dinosaurios constituían un grupo zoológico singular que no encajaba en la estructura conocida de los mamíferos o los reptiles, Owen, constatando que los restos de dinosaurios son exclusivos del Mesozoico, es uno de los primeros científicos que se plantea el fenómeno de su extinción. Owen también estuvo implicado, en 1863, en la descripción e interpretación de Archaeopteryx. Archaeopteryx debe su nombre a una pluma descrita años antes, Owen tuvo ocasión de trabajar sobre el primer ejemplar completo de este emblemático ave jurásica que había sido encontrado en una cantera alemana y adquirido por el Museo Británico. Poco después, se encontró un segundo y más completo ejemplar que fue adquirido para el Museo de Historia Natural de Berlín.

La interpretación de Archaeopteryx generó una acalorada disputa entre Owen, un conocido antidarwinista que lo interpretaba como un ave primitiva caracterizada por la retención de rasgos embrionarios, y Thomas Huxley que consideraba las características intermedias entre reptiles y aves de Archaeopteryx como una prueba concluyente de los postulados de Darwin. En la actualidad, se conocen doce ejemplares de Archaeopteryx, que se considera un ave primitiva que retiene muchos caracteres típicos de los dinosaurios teropodos no avianos.

En la segunda década del siglo XIX se incorpora a la historia de la dinosauriología el estudio del registro dinosauriano de América del Norte que, al igual que había hecho la época victoriana, marcará de forma decisiva el avance en el conocimiento del grupo. Los primeros restos razonablemente completos de este registro corresponden a los materiales del Cretácico Superior que permitieron al paleontólogo norteamericano Joseph Leidy, la descripción de Hadrosaurus. El montaje de este dinosauro como un gigantesco animal bípedo terrestre ofrecía una tercera vía a la discusión entre formas lacertoides y mamalianas que se estaba produciendo en Europa.

La dinosauriología norteamericana de la época aportó también el primer reconocimientono mitológico de las huellas de dinosauros. En este sentido, en la década de 1830, el geólogo Edward B. Hitchcock se interesó y consiguió interpretar las supuestas “huella del cuervo de Noé” reconocidas a principios de siglo XIX en Massachussetts. Estas huellas habían sido explicadas mitológicamente, pero las interpretaciones de Hitchcock, pueden considerarse como el origen del estudio de las huellas de dinosaurio.

También en la mitad del siglo XIX, dos paleontólogos norteamericanos, Othniel Charles Marsh y Edward Drinker Cope, mantuvieron una abierta y hostil competencia por encontrar y publicar la mayor cantidad posible de restos de dinosaurios en lo que se conoció como “la guerra de los huesos” desarrollada paralela a la colonización del oeste americano. Aunque es posible que sean mejor conocidos por sus constantes disputas, es también cierto que sus trabajos establecieron algunas bases de la dinosauriología moderna y describieron más de un centenar de taxones que, en algunos casos, siguen siendo una referencia, como Stegosauria, Ornithopoda, Sauropoda o Theropoda. Sus investigaciones y trabajos de campo fueron ampliamente difundidos por la prensa norteamericana de la época, contribuyendo a una enorme popularización de la dinosauriología en un momento en la que se realizaron muchas reconstrucciones esqueléticas para distintos museos y se propusieron hipótesis novedosas sobre la biología de muchos dinosaurios.

En 1878 se produce otro hito en el historia de la dinosauriología: aparecen en una mina de carbón en Bernissart (Bélgica) más de una veintena de esqueletos del dinosaurio ornitópodo Iguanodon. El material fue estudiado por el paleontólogo francés Louis Dollo, quien propuso una interpretación de Iguanodon completamente diferente a las sugeridas tanto por Buckland y Mantell, como por Owen. En este caso, Dollo reconstruyó a Iguanodon con el aspecto de un enorme canguro erguido.

A finales del siglo XIX y principios de XX surgen en el contexto dinosauriano norteamericano grandes proyectos patrocinados por magnates asociados a grandes museos de historia natural, como son John Pierpont Morgan con el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York (AMNH), Andrew Carnegie con el Carnegie Museum of Natural History en Pittsburg y Marshall Field con el Field Museum de Chicago. El AMNH será particularmente relevante en el avance del estudio de los dinosaurios durante buena parte del siglo XX. Bajo la dirección de H. F. Osborn, el AMNH comenzó a realizar campañas de excavación en el oeste norteamericano. Estas campañas permitieron el hallazgo, por parte de Barnum Brown de, entre otros, los ejemplares que servirán para la descripción de Tyrannosaurus rex. De la misma forma, el AMNH realizó entre 1922 y 1930 distintas expediciones a Asia Central lideradas por el zoólogo Roy Chapman Andrews. Estas campañas, contribuyeron de manera notable a incrementar el conocimiento de los dinosaurios del Cretácico. Chapman Andrews descubrió variosnuevos dinosaurios, entre los que fueron especialmente populares Protoceratops, Psittacosaurus o Velociraptor, aunque probablemente su descubrimiento más conocido fue el hallazgo de multitud de huevos de dinosaurios que generaron una enorme expectación en la opinión pública norteamericana.

Durante las primeras décadas del siglo XX varias instituciones organizaron grandes expediciones a la búsqueda de dinosaurios en lugares poco explorados hasta ese momento. Por ejemplo, entre 1909 y 1912, Werner Janensch realizó para el Museo de Historia Natural de Berlín distintas campañas de excavación en lo que hoy es Tanzania (entonces África Oriental alemana). Las excavaciones en el Jurásico de Tendaguru reportaron al museo cientos de toneladas de restos fósiles, en su mayoría dinosaurios, entre los que el gigantesco braquiosaurio Giraffatitan es uno de los más conocidos. Los dinosaurios identificados en Tendaguru presentan muchas semejanzas con los que, años antes, Cope y Marsh habían comenzado a describir en la Formación Morrison de los Estados Unidos.

Un personaje enormemente singular en el primer cuarto del siglo XX es el paleontólogo austrohúngaro Frank Nopcsa. Uno de los resultados de sus investigaciones sobre los dinosaurios del Cretácico Superior europeo fue el descubrimiento de sarópodos enanosque interpretó como la evidencia de procesos de evolución insular en Europa al final del Mesozoico. De esta forma, describió Magyarosaurus, un titanosaurio de unos 6 m de longitud, estableciendo los primeros pasos en la paleohistología de dinosaurios y desarrollando algunas propuestas relevantes en lo que se refiere a la paleobiogeografía de las faunas del Cretácico en Europa.

Antes de la segunda guerra mundial se incorpora a la historia de la dinosauriología elregistro de América de Sur. Inicialmente, los primeros proyectos se desarrollan desde instituciones europeas o norteamericanas. En este contexto es particularmente relevante la figura del paleontólogo alemán Friedrich von Huene que, además de desarrollar una intensa actividad en distintos yacimientos europeos, comienza a realizar trabajos sobre dinosaurios en la Patagonia argentina. Estos yacimientos serán especialmente relevantes en la historia reciente de la paleontología.

La Segunda Guerra Mundial supone un parón importante en la actividad dinosauriológica. Una vez terminada esta y en plena Guerra Fría, dos países de la órbita comunista se asociaron a Mongolia para desarrollar expediciones en busca de nuevosdinosaurios en Asía central. Entre 1946 y 1949 paleontólogos soviéticos y mongoles excavaron en distintas localidades de la Cuenca de Nemegt descubriendo, entre otros dinosaurios, un extraño animal al que denominaron Therizinosaurus cheloniformis. De la misma forma, entre 1963 y 1971 se realizaron diversas expediciones polacomongolas, que descubrieron también una gran diversidad de nuevos dinosaurios, entre los que destaca el terópodo Deinocheirus mirificus.

De forma paralela en esta etapa se reinicia la actividad dinosauriológica en el registro norteamericano con los trabajos de Edwin Harris Colbert en los yacimientos triásicos del Ghost Ranch (Nuevo México) y el estudio de Coelophysis, o de John H. Ostrom en el Cretácico Inferior de la Formación Cloverly (Montana y Wyoming) que permite el estudio del terópodo Deinonychus.

En la década de 1960 Philippe Taquet reanuda las campañas de excavación del Museo de Historia Natural de Paris en el norte de África que ya habían desarrollado otros paleontólogos franceses, como Albert F. de Lapparent. En el Cretácico Inferior de Gadoufaoua (Níger), Taquetexcavó un nuevo ornitópodo al que denominó Ouranosaurus. 

A pesar de que, desde comienzos de la década de 1940, la síntesis neodarwinista denominada escuela evolutiva clásica o sintética tiende a generalizarse como escuela sistemática, esto no parece afectar de forma importante a la concepción general de los dinosaurios, que continuará instalada varias décadas en el “paradigma de los dinosaurios tontos” y considerados como distribuidos en, al menos, dos linajes diferentes.

Sin embargo, a partir de 1974 los trabajos de distintos investigadores convergen para instalar en muy pocos años el nuevo paradigma que uno de sus promotores, Rober Bakker, bautiza en 1975 como “Dinosaur Renaissance” en un artículo con ese título en la revista Scientific American.

Bakker y Galton argumentan en 1974 a favor de la monofilia de los dinosaurios, unahipótesis que se verá definitivamente respaldada por la aproximación cladística a la sistemática del grupo desarrollada por Jacques Gauthier en su tesis doctoral en 1984. Gauthier propone una distribución de los grandes grupos de Dinosauria (incluyendo la incorporación de las aves) en el contexto de Archosauria que no ha sido discutida hasta recientemente. Resultados filogenéticos similares son rápidamente obtenidos por otros autores como Paul C. Sereno o James M. Clark y Michael J. Benton.

Poco a poco se incorporan nuevos conceptos a la interpretación de los dinosaurios, que conforman el nuevo paradigma desde aspectos estructurales (Peter Galton), paleobiológicos (David B. Weishampel) o histológicos (Armand de Ricles).

Una aportación relevante al desarrollo de la “Dinosaur Renaissance” procede de los trabajos de John H. Ostrom sobre el terópodo Deinonychus. Ostrom consideraba que este pequeño dromaeosáurido presentaba la estructura de un cazador activo ágil y veloz. Además, Ostrom creía que Deinonychus, que es claramente un dinosaurio, compartía un antecesor común cercano con el ave primitiva Archaeopteryx. Este concepto ya había sido apuntado por algunos paleontólogos victorianos, como Thomas Huxley, pero la “Dinosaur Renaissance” retoma una idea, que tiene como consecuenciametodológica que las aves deben ser consideradas como parte de un grupo de dinosaurios. Esto automáticamente implica no solo que los dinosaurios no se extinguieron completamente al final del Cretácico si no que, además, están representados por unas 10000 especies de aves en la naturaleza actual.

La “Dinosaur Renaissance” fija que los dinosaurios son un grupo natural mofilético sustentado por una colección de novedades evolutivas (sinapomorfías). Los dos linajes principales de dinosaurios, saurisquios y ornitisquios, presentarían un antecesor comúnpróximo que no lo es de ningún otro organismo. Este ancestro común de los dinosaurios probablemente fue un ágil y pequeño bípedo del Triásico que incorporó novedades evolutivas que supusieron una mejora funcional en el aparato locomotor respecto a otros tetrápodos contemporáneos.

En las últimas décadas se ha producido un incremento espectacular en el conocimiento de los dinosaurios. Los postulados básicos de la “Dinosaur Renaisance” se han mantenido, aunque reforzándose algunos de sus aspectos y quedando otros en duda. La relación de los dinosaurios con las aves se ha visto increíblemente soportada por múltiples trabajos sobre formas cercanas al origen de las aves, muchas de ellas procedentes de yacimientos de conservación excepcional del Cretácico Inferior de China.

En los últimos años se han producido algunas propuestas alternativas a la clasificación más consensuada de los grandes linajes de Dinosauria. Así, Matthew G. Baron, David B. Norman y Paul M. Barrett propusieron en 2017 una distribución de los linajes mayoresde Dinosauria que difiere de la distribución en saurisquios y ornitisquios. Básicamente, como discutiremos en el apartado de sistemática, la propuesta alternativa se fundamenta en la interpretación de algunos grupos cercanos al nodo Dinosauria que haaportado nueva información que ha generado cierta inestabilidad. Otros autores, como el grupo del paleontólogo brasileño Max C Langer, han discutido está propuesta alternativa y parece que habrá que esperar más información para ver en que deriva esta discusión.

En las últimas décadas se ha producido un aumento considerable en los hallazgos de restos de dinosaurios, lo que se ha traducido en un considerable aumento en la diversidad conocida con el consecuente ajuste de las propuestas sistemáticas y paleobiogeográficas. Sin embargo, probablemente el incremento más importante en la disponibilidad de información producido en las últimas décadas está relacionado con la irrupción y generalización del uso de las nuevas tecnologías. Se analizará posteriormente en detalle el tipo de evidencia dinosauriana que tenemos a disposición en la actualidad pero, la generalización de la utilización de bases de datos y potentes sistemas de análisis estadístico, la capacidad para realizar analíticas químicas de granprecisión, la posibilidad de analizar la estructura de los fósiles con un enorme grado y elincremento en la capacidad de computación que ha simplificado la posibilidad de virtualización de objetos fósiles para someterlos a pruebas imposibles de aplicar sobre los objetos originales, están marcando el rumbo de la historia reciente de la paleontología de dinosaurios. De hecho, es muy posible que nos encontremos ya inmersos en un nuevo periodo, aún no definido, de la historia de la dinosauriología marcado por la informatización de la información y la virtualización de los fósiles.

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